jueves, 30 de julio de 2009

Origen del pecado.

Origen, Naturaleza y Consecuencia del Pecado.

Las enseñanzas de La Biblia acerca del pecado presentan un profundo panorama doble: la profunda depravación de la humanidad y la incomparable gloria de Dios. Cabe destacar que el término técnico para el estudio del pecado es “harmatiología”, palabra derivada del griego hamartía, “pecado”.

El pecado ensombrece todos los aspectos de la existencia humana, seduciéndonos desde el exterior como un enemigo y forzándonos desde el interior como parte de nuestra naturaleza humana caída. Nosotros a pesar de conocer el pecado íntimamente; permanece extraño y misterioso. Promete libertad, pero esclaviza, produciendo anhelos que no podemos satisfacer. Mientras más luchemos por escapar, más nos ata; su comprensión nos ayuda al conocimiento de Dios, pero es lo que distorsiona el conocimiento, incluso de nosotros mismos.

El pecado es contrario a Dios, afecta toda la creación, incluyendo la humanidad, aun el pecado más pequeño puede acarrear un castigo eterno. El remedio del pecado, es nada menos que la muerte de Cristo en la cruz. La consecuencia del pecado abarca todo el terror del sufrimiento y la muerte.

El estudio de la naturaleza de Dios debe tener en cuenta el providencial control de Dios sobre un mundo maldito por el pecado. El estudio del universo, debe describir un universo que fue creado bueno, pero que actualmente gime por su redención. El estudio de la humanidad debe relacionarse con la naturaleza humana, que se ha convertido grotescamente en inhumana e innatural. La doctrina de Cristo se enfrenta a la pregunta de cómo la naturaleza plenamente humana del Hijo de Dios nacido de una virgen puede estar totalmente libre de pecado. El estudio de la salvación debe señalar no solo para qué fue salvada la humanidad, sino, también de que fue salva. La doctrina sobre el Espíritu Santo debe tener en cuenta la convicción y santificación a la luz de una carne pecaminosa. La doctrina de la Iglesia debe modelar un ministerio a una humanidad distorsionada por el pecado, tanto dentro como fuera de La Iglesia. El estudio de los últimos tiempos debe describir, y hasta cierto punto defender, el juicio de Dios sobre los pecadores, al mismo tiempo que proclama el final del pecado. Por último la teología práctica debe tratar de evangelizar, aconsejar, educar, gobernar La Iglesia, afectar a la sociedad y animar a la santidad a pesar del pecado.

No obstante el estudio del pecado es difícil. Es repulsivo, por que se centra en la burda fealdad del pecado abierto y extendido, y el sutil engaño del pecado personal y secreto.

El número de conceptos extrabíblicos sobre pecado es legión. A pesar de no ser bíblicos, estudiarlos es importante por las razones siguientes: para pensar más clara y bíblicamente sobre el cristianismo; para defender más acertadamente la fe y para criticar otros sistemas; para evaluar más técnicamente las nueve sicoterapias, los programas políticos, los sistemas educativos y cosas semejantes, y para ministrarles más fácilmente a creyentes y no creyentes que puedan sostener estos puntos de vista no bíblicos u otros similares.

Según el existencialismo cristiano de Soren Kierkegaard, el cristiano al no poder dominar sus limitadas capacidades y verse atrapado en ellas, enfrenta un proceso de tensión y ansiedad. Esta tensión y ansiedad al tratar de ser superada origina el pecado, por tratar de resolver por medios inadecuados esta tensión o ansiedad, en lugar de, volverse hacia Dios.

En un desarrollo más radical, algunos sostienen que la existencia individual es un estado pecaminoso, por que las personas están alineadas con respecto a la base de la realidad (definida con frecuencia como “dios”) y también entre sí. Esto lo podemos encontrar en Filón, el filósofo judío de la antigüedad. Actualmente lo expresan teólogos liberales como Paul Tillich, y se halla dentro de muchas formas de religión oriental y del pensamiento de la Nueva Era.

Algunos creen que el pecado y la maldad no son reales, sino simples ilusiones que se pueden vencer por medio de la percepción correcta.

La Ciencia Cristiana del hinduismo, el budismo, el pensamiento positivo de cierto cristianismo popular, buena parte de la psicología y diversos aspectos de la Nueva Era resuenan son este punto de vista.

También se asocia el pecado, con un remanente sin evolucionar de unas características animales primarias, como la agresividad. Los que defienden esta teoría afirman que el relato del Edén, es en realidad un mito acerca del desarrollo del entendimiento moral y de la conciencia y no una caída.

La teología de la liberación ve el pecado como la opresión de un grupo social por otro. Combinando con frecuencia las teorías económicas de Carlos Marx (que hablaba de lucha de clases del proletariado contra la burguesía, en la que terminará reinando el proletariado) con temas bíblicos (como la victoria de Israel sobre la esclavitud de Egipto) los teólogos de la liberación identifican a los oprimidos con términos económicos, raciales, de géneros y otros. Se elimina el pecado al hacer desaparecer las condiciones sociales que causan la opresión. Los extremistas abogan por el derrocamiento violento de los opresores que no se puedan redimir, mientras que los moderados insisten en el cambio a través de la acción social y la educación.

Entre las ideas más antiguas del pecado se halla el dualismo, que sostiene que el pecado es la lucha entre dos fuerzas o dioses (el bien y el mal). Esta lucha causa la pecaminosidad. Con frecuencia la materia (en especial la carne), o bien llevan en si el pecado, es en realidad el pecado, y debe ser derrotada. Esta idea aparece en las religiones antiguas del Medio Oriente, como el gnosticismo, maniqueísmo y el zoroastrismo. En muchas versiones del hinduismo y el budismo, y en su derivación de la Nueva Era, se reduce la maldad a una necesidad amoral.

Parte de la teología moderna ve a “dios” como finito, e incluso en plena evolución moral.

El ateísmo sostiene que el mal no es más que parte de lo que sucede al alzar en un cosmos sin Dios. Rechaza el pecado, la ética solo es cuestión de preferencia y la salvación consiste en el auto avance humanista.

Aunque muchas de estas teorías parezcan tener profundidad, ninguna considera a la Biblia como una revelación plenamente inspirada.

Las Escrituras enseñan que el pecado es real y personal; se originó en la caída de Satanás, quien es personal, malvado y activo; y a través de la caída de Adán, el pecado se extendió a una humanidad creada buena por un Dios totalmente bueno.

Los comienzos del pecado.

La Biblia hace referencia a un suceso que tuvo lugar en un remoto y tenebroso momento, situado más allá de la experiencia humana y, en el cual el pecado se convirtió en una realidad. La serpiente una criatura extraordinaria, ya estaba confirmada en la maldad antes de que “entrase el pecado en el mundo” a través de Adán (Rom 5:12; Gen 3). En otros pasajes encontramos a esta serpiente antigua como el gran dragón, Satanás, o el diablo (Apoc 12:9; 20:2). Este ser fue pecador y asesino desde el principio (Jn 8:44; 1 de Juan 3:8). También se relacionan con esta catástrofe cósmica el orgullo (1 Tim 3:6) y la caída de numerosos ángeles (Judas 6; Apoc 12:7,9).

Las escrituras nos enseñan que hubo también otra caída: Adán y Eva fueron creados “buenos” y colocados en el idílico huerto del Edén, donde disfrutaban de una eterna comunión con Dios (Gen 1:26; 2:25).

Puesto que no eran divinos y eran capaces de pecar, necesitaban depender continuamente de Dios. De igual manera, necesitaban comer habitualmente del árbol de la vida. Esto queda indicado por la invitación que les hace Dios a comer de todos los árboles, incluso el árbol de la vida, antes de la caída, y su fuerte prohibición después de esta. De haber obedecido hubieran podido ser dichosamente fructíferos y se habrían desarrollado para siempre. Otra posibilidad habría sido que, después de un periodo de prueba, alcanzaran un estado de inmortalidad aún más permanente, por medio de un traslado al cielo (Gen 5:21,24; 2 Reyes 2:1,12) o por medio de un cuerpo resucitado en la tierra (1 Cor 15:35,54).

Dios permitió que el Edén, fuese invadido por Satanás, quien tentó a Eva (Gen 3:35,54). Haciendo caso omiso a la Palabra de Dios, Eva cedió ante su anhelo de belleza y sabiduría, tomó de la fruta prohibida, se la ofreció a su esposo y comieron juntos. La serpiente había engañado a Eva, pero Adán parece haber pecado a sabiendas (II Cor 11:3; I Tim 2:14). Posiblemente, mientras Adán había escuchado el mandato directo de Dios de no comer del árbol, Eva es probable lo haya escuchado solo de su esposo (Gen 2:17). Por consiguiente, Adán era más responsable ante Dios y Eva más susceptible a los engaños del enemigo (Jn 20:29), esto explica por que Las Escrituras enfatizan tanto en el pecado de Adán y no tanto en el de Eva, quien pecó primero.

Por último, es fundamental observar que su pecado inició con unas decisiones morales libres, y no con las tentaciones. Es decir, que aunque la tentación les proporcionó el incentivo para pecar, la serpiente no arrancó la fruta ni los obligo a comerla a la fuerza. Ellos decidieron hacerlo.

El primer pecado de la humanidad, abarca todos los demás pecados: desobediencia a Dios, orgullo, incredulidad, malos deseos, esfuerzo por descarriar a otro, asesinato masivo a la posteridad, sumisión voluntaria al diablo. Las consecuencias inmediatas fueron numerosas, fuertes, extensas e irónicas.

La relación divino-humana de comunión abierta, amor, confianza y seguridad fue cambiada por el aislamiento, una actitud defensiva, la culpa y el destierro. La relación mutua de Adán y Eva se degeneró. La intimidad y la inocencia, fueron reemplazadas por la acusación. Su anhelo desenfrenado, desembocó en los dolores de parto, la dureza del trabajo y la muerte.

Por último, el primer hombre y la primer mujer les acarrearon la muerte a todos sus hijos (Rom 5:12,21; I Cor 15:20,28).

El pecado original: un análisis bíblico.

Las Escrituras nos enseñan que este pecado no solo afectó a Adán (Rom 5:12,21; I Cor 15:20,28). Este tema recibe el nombre de “pecado original”.

Esto nos plantea tres interrogantes:

            • Hasta que punto
            • Por qué medios
            • En base a qué, fue trasmitido el pecado de Adán a la humanidad

Toda teoría sobre el pecado original deberá responder a estas interrogantes y reunir los siguientes criterios bíblicos:

La solidaridad:

En cierto sentido, toda la humanidad está ligada a Adán como una sola entidad (por causa de él, todos los humanos se hallan fuera de la bendición del Edén (Rom 5:12,21; I Cor 15:20,28)...

La corrupción:

Debido a que la humanidad quedó tan dañada, por la caída, es imposible poder hacer algo bueno espiritual, sin la bondadosa ayuda de Dios. Esto es llamado “corrupción total” o depravación de la naturaleza. No significa que las personas no puedan hacer nada bueno, sino, que no pueden hacer nada que les signifique méritos para su salvación.

Esta enseñanza no es exclusiva calvinista. Hasta Arminio, describía la “voluntad libre del hombre hacia el verdadero bien” como “aprisionada, destruida y perdida…. sin poder alguno, más que el que suscite la gracia divina”.

La Biblia reconoce este tipo de corrupción, en el Salmo 51:5, David habla de que había sido concebido en pecado; es decir, su propio pecado se remonta al momento de su concepción. En Rom 7:7,24 se sugiere que el pecado, aunque muerto, estaba en Pablo desde el principio.

En Ef. 2:3, se afirma que todos “somos por naturaleza hijos de ira”. Si nuestra naturaleza es corrompida debemos producir hijos también corrompidos. En La Biblia no se menciona niños sin corrupción. De hecho, hasta hay algunos niños que tienen demonios (Mt 15:22; 17:18; Mc 7:25; 9:17).

La pecaminosidad de todos:

En Rom 5:12, dice que “todos pecaron”. En Rom 5:18 Pablo afirma que através de un pecado todos fuimos condenados, con lo que esta indicado que todos pecamos. Rom 5:19 dice que através del pecado de un hombre, todos fueron hechos pecadores. El tema de la pecaminosidad no hace excepción con respecto a los infantes. La sujeción al castigo indica también pecado.

La sujeción al castigo:

Todos los humanos, incluso los infantes están sometidos al castigo. “Hijos de la ira”, es un semitismo para indicar el castigo divino. Los niños antes de llegar a la edad de la responsabilidad o el consentimiento moral, no son personalmente culpables. No tienen conocimiento del bien ni del mal (Deut 1:39).

La salvación en la niñez:

Aunque se considere a los niños pecadores, y por tanto, condenados al infierno, ninguno será enviado ahí. Las diferentes doctrinas indican la salvación para algunos, o de todos: dentro del calvinismo, la elección incondicional; con el sacramentalismo, el bautismo de infantes, la fe preconsciente, el conocimiento previo por parte de Dios sobre como habría vivido el niño; la bondad especial de Dios hacia los niños.

El paralelo entre Adán y Cristo:

En el Nuevo Testamento, lo corriente es que el verbo kazístemi se refiere a la acción de una persona al designar a otra para una posición. No se requiere una acción real para alcanzar la posición. Por tanto, las personas que en realidad no habían pecado, pudieron ser convertidas por Adán en pecadores. En una imagen opuesta a la de Cristo, Adán puede hacer pecadores a los humanos por un acto forense o legal que no requiera un pecado real por parte de ellos. (Que la persona para ser salva deba de “aceptar a Cristo”, no puede tomar parte del paralelo, puesto que es posible que sean salvos los infantes que no puedan aceptarlo conscientemente; II de Samuel 12:23).

No todos como Adán:

Esta claro que no todas las personas pecaron como Adán; sin embargo, si pecaron, y también murieron (Rom 5:14).

El pecado de un solo hombre:

Rom 5:12,21, Pablo dice que el pecado de un solo hombre, trajo sobre todos los humanos la condenación y la muerte.

La maldición del suelo:

Se debe identificar alguna base para la maldición emitida por Dios hacía el suelo. (Gen 3:17,18).

La ausencia de pecado en Cristo:

Se le debe contecer a Cristo una naturaleza human completa, al mismo tiempo que se salvaguarda su total ausencia de pecado.

La justicia de Dios:

Se debe conservar la justicia con que actuó Dios al permitir que el pecadote Adán pasara a los demás.

El pecado original: un análisis teológico.

Se han hecho muchos esfuerzos para construir un modelo o una teoría teológica que se ajuste a estos complejos parámetros.

Algunos de los más importantes:

Conceptos judíos:

Dentro del judaísmo, se encuentran tres temas principales. La teoría dominante es que hay dos naturaleza, la buena, “yetser tov”, y la mala “yetser ra” (Gen 6:5; 8:21).

Los rabinos discutían de la edad, en la que se manifiestan estos impulsos, y sobre si el estimulo al mal, es un verdadero mal moral, o solo un instinto natural.

En todo caso las personas malvadas son controladas por el impulso al mal, mientras que las personas buenas lo controlan. Una segunda teoría se refiere a los vigilantes (Gen 6:1,4), Ángeles encargados de supervisar la humanidad que pecaron con mujeres. Finalmente hay ideas sobre el pecado original que son un anticipo al cristianismo.

El agnosticismo:

Algunos sostienen que las evidencias bíblicas son insuficientes para formar una teoría detallada sobre el pecado original. Toda declaración que vaya más allá de la conexión entre Adán y la raza humana en el tema de la pecaminosidad es considerada como especulación filosófica. Aunque es cierto que no debemos basar la doctrina en especulación extrabíblica, las deducciones a partir de las Escrituras son válidas.

El pelagianismo:

Hace resaltar fuertemente la responsabilidad personal, en oposición a la laxitud moral. Pelagio (alrededor de 361-420) enseñaba que la justicia de Dios no permitiría la trasmisión del pecado de Adán a los demás, por lo que todos los humanos nacen sin pecado y con una voluntad totalmente libre. El pecado se esparce solo por medio del mal ejemplo. Por consiguiente la vida sin pecado es posible y se encuentran ejemplos de ella tanto dentro como fuera de la Biblia. Sin embargo, todo este es ajeno a La Biblia.

También le quita toda conexión entre Adán y la humanidad. La muerte de Jesús se convierte solo en un buen ejemplo. La salvación es solo por las buenas obras. Aunque es bueno insistir en la responsabilidad personal, y la santidad, y en que algunos pecados son aprendidos, el pelagianismo ha sido correctamente juzgado como herejía.

El semipelagianismo:

Sostiene que aunque la humanidad ha sido debilitada con la naturaleza de Adán, a las personas les queda libre albedrío suficiente para iniciar la fe en Dios, a la cuál Él entonces responde. La naturaleza debilitada se transmite de manera natural desde Adán. Sin embargo, no queda bien explicado de que forma se sostiene la justicia de Dios, al permitir que unas personas inocentes reciban incluso una naturaleza manchada, y como queda protegida la ausencia de pecado en Cristo. Esta apoya que el pecar es inevitable para la humanidad, sin embargo, tiene suficiente bondad innata para iniciar una fe real.

La transmisión natural o genética:

Se basa en que trasmisión del pecado se basa en la ley de la herencia. Da por supuesto que los rasgos espirituales se transmiten igual que los naturales. Lo típico es que hablen de los de la transmisión de la corrupción, pero no de culpa. Con todo, no parece existir una base adecuada para que Dios ponga una naturaleza corrompida en almas buenas. Tampoco queda claro como Cristo pueda tener una naturaleza plenamente humana, que este libre de pecado.

La atribución mediatizada:

Entiende que Dios les carga o atribuye la culpa a los descendientes de Adán, a través de un medio indirecto, o mediato. El pecado de Adán lo hizo culpable, y como castigo, Dios corrompió su naturaleza. Puesto que ninguno de sus descendientes tomó parte de su acción, ninguno es culpable. Sin embargo, reciben su naturaleza como consecuencia natural del hecho de ser sus descendientes (no como castigo). Con todo, antes de que comentan ningún pecado real o personal (lo cual es inevitable para su naturaleza corrompida), Dios los declara culpables, por poseer, esa naturaleza corrupta. Lamentablemente, este intento por proteger a Dios de la injusticia de infligir la “culpa extraña” de Adán sobre la humanidad, tiene por consecuencia el afligir a Dios con una injusticia aun mayor, puesto que permite que la corrupción causante del pecado vicie a perdonas desprovistas de culpa, y después las juzga culpables debido a esta corrupción.

El realismo:

El realismo y el federalismo son las dos teorías más importantes. El realismo sostiene que la “sustancia anímica” de rodas las personas se hallaba real y personalmente en Adán (“seminalmente presente”, según el punto de vista traduciano sobre el origen del alma), y participó realmente en su pecado. Todas las personas son culpables por que, en realidad, todas pecaron. Por tanto, la naturaleza de todos es corrompida por Dios como castigo por ese pecado. No hay una transmisión o traspaso de de pecado, sino una completa participación racial en el primer pecado. Agustín (354-430) explicó la teoría diciendo que la corrupción se traspasaba por medio del acto sexual. Esto le permitía mantener a Cristo libre del pecado original por medio de su nacimiento virginal.

El realismo tiene verdaderos puntos fuertes, no tiene el problema de la culpa ajena, se toma con seriedad la solidaridad entre Adán y la raza humana en el pecado de Adán y parece manejarse bien el “todos pecaron” de Rom 5:12.

No obstante, existen problemas: el realismo tiene todas las debilidades del traducianismo externo. El tipo de presencia personal necesario entre Adán y Eva distorsiona incluso Heb. 7:9,10; Gen 43:26, el pasaje clásico del traducianismo. El “y por decirlo así” (Heb. 7:9), sugiere que se ha de tomar o que sigue en un sentido figurado. Conceptos como el de una “voluntad profunda” tienden a exigir y presuponer un concepto calvinista y determinista de la salvación. El realismo no puede explicar por si mismo por qué, o apoyado en qué, Dios maldice el suelo.

Por consiguiente, es necesario algo como el pacto. Para que su humanidad haya carecido de pecado, Jesús debe haber cometido el primer pecado en Adán, para ser purificado posteriormente, o no estaba presente en absoluto, o estaba presente pero no pecó y fue pasando sin pecado a través de todas las generaciones siguientes. Cada una de estas posiciones presenta dificultades. Puesto que todos pecaron en Adán, con Adán y como Adán, todos parecen haber pecado según el modelo de Adán.

El federalismo:

Sostiene que la corrupción y el pecado cayeron sobre la humanidad porque Adán, cuando pecó, era cabeza de la raza humana rn un sentido representativo, gubernamental o federal. Todos estamos sujetos al pacto entre Adán y Dios (el pacto adámico o pacto de los obras, en contraste con el pacto de la gracia). Se hace una analogía con una nación que declara la guerra. Sus ciudadanos, sufren tanto si están de acuerdo con la decisión, como si no; hayan participado en ella como si no. Los descendientes de Adán, no son personalmente culpables hasta que realmente hayan cometido pecado, pero se hallan en un estado de culpabilidad, y condenados al infierno por la atribución a ellos del pecado de Adán bajo el pacto. Debido a este estado, Dios los castiga con la corrupción.

Por tanto, muchos federalistas distinguen entre el pecado heredado (la corrupción) y el pecado atribuido (la culpa) de Adán. La mayor parte de estos, son creacionistas en cuanto al origen del alma, pero el federalismo no es incompatible con el traducianismo. El pacto de Adán incluía su mayordomía sobre la creación, y es la base justa para la maldición de Dios sobre el suelo. Cristo como cabeza de un pacto y una raza nueva, está exento del juicio de la corrupción y, por consiguiente, no tiene pecado.

El federalismo tiene muchos puntos fuertes. El pacto, como base bíblica para la transmisión del pecado, se halla en razonable acuerdo con Rom 5:12,21 y proporciona mecanismos para la maldición del suelo y para la protección de Cristo con respecto al pecado. No obstante, el federalismo también tiene puntos débiles.

Romanos 7 deberá describir solamente la comprensión de Pablo sobre la naturaleza pecadora, y no la experiencia misma de que el pecado lo haya matado. Más importante aún: la transmisión de una “culpa ajena” desde Adán es vista frecuentemente como injusta.

Una teoría integrada:

Es posible integrar varias de las teorías anteriores en un enfoque integrado. Esta teoría distingue entre la persona individual y la naturaleza pecaminosa de la carne. Cuando Adán pecó, se separó de Dios, lo cual produjo la corrupción (incluso la muerte) en él como persona individual y en su naturaleza. Puesto que él tenía toda la naturaleza genérica, ésta quedó totalmente corrompida. El pacto adánico es la base justa para esta transmisión y también para la maldición del suelo.

En Rom 5:12 puede decir que “todos pecaron” y que todos pueden estar corrompidos y necesitados de la salvación, pero no se carga de culpa a los que aún no han pecado realmente. No todas las personas pecan como Adán, pero el pecado de un solo hombre sí les acarrea la muerte y los hace pecadores; lo que por medio del pacto adánico, un mecanismo paralelo al utilizado por Cristo para hacer justos a los pecadores.

Puesto que la separación de Dios es la causa de la corrupción, la unión de Cristo con su parte de la naturaleza genérica la restaura a la santidad. Debido a la venida del Espíritu Santo sobre María en la concepción del “yo” humano de Cristo, éste era responsable y, por la tanto, sin pecado. Esta disposición es justa, por que Cristo es Cabeza de un nuevo pacto. De forma similar, la unión del Espíritu con el creyente en la salvación causa la regeneración.

Los pactos son parte fundamental del plan de Dios. Había un pacto entre Adán y Dios. Los pactos bíblicos son necesarios para las generaciones futuras, tanto para bien, como para mal. Con frecuencia, los pactos son la única base observable para los castigos.

Algunos objetan que toda teoría que transmita alguna consecuencia del pecado de Adán a los demás es injusta, por que atribuye su pecado de manera gratuita; es decir, sin una base.

No obstante los pactos son una buena base justa, para dicha transmisión, por las siguientes razones: los descendientes de Adán habrían sido bendecidos por su buena conducta, como maldecidos fueron por su mala obra. El pacto es más justo que la simple que la simple transmisión genética. La culpa y las consecuencias transmitidas por el pacto son similares a los pecados de ignorancia.

Además lo que llaman la “injusticia” del pecado atribuido queda más que superado por la gracia de la salvación gratuitamente ofrecida en Cristo.

La existencia y definición del pecado.

¿Cómo es posible que exista el mal, si Dios es totalmente bueno y poderoso? (esta es la pregunta clave de la teodicea). Antes de seguir adelante tenemos que distinguir entre varias clases de mal. El mal moral, o pecado, es el quebrantamiento de la ley producido por criaturas con una voluntad. El mal natural es el desorden y la corrupción del universo (los desastres naturales, algunas enfermedades, etc.). Está conectado con la maldición de Dios sobre el suelo. El mal metafísico es el mal no intencional, consecuencia de la limitación de las criaturas (la incapacidad mental o física, etc.)

La Biblia afirma que en Dios hay perfección moral y poder. Él fue el único creador y todo cuanto creo era bueno. No creo la maldad, a la que odia (salmo 7:11; Rom. 1:18). Ni tienta, ni es tentado (Santiago 1:13). Con todo, es importante tener en cuenta dos pasajes aparentemente contradictorios: el primero es Isaías 45:5, donde se dice que Dios creó el mal. Sin embargo, rá, mal, tiene un sentido que no tiene que ver con moral (Gen 47:9), y que se podría traducir como “desastre”. Esto es lo que mayor contrasta con la “paz” (Amós 3:6) y es la traducción preferible. Por consiguiente, Dios produce el juicio moral; no la maldad inmoral.

De igual manera se da la interrogante, de si Dios endurece o Cega a las personas. Esto puede ser un “entregar” pasivo en el que Dios se limita a dejar a las personas a la merced de sus propios deseos (salmo 81:12; Rom 1:18,28), o una imposición activa de endurecimiento en personas que se han entregado de manera irrevocable a la maldad. Observemos el ejemplo del Faraón no fue creado con el propósito de endurecerlo, como podría sugerir una lectura superficial de Rom. 9:17 (te he levantado). El faraón merecía el castigo divino, desde la primera vez que había rechazado la súplica de Moisés (Exo. 5:2), pero Dios lo conservó para poder glorificarse a través de él. Inicialmente, Dios solo predijo que se endurecería el corazón del Faraón.

Por otra parte, Dios puede acelerar la pecaminosidad autoconfirmada para cumplir sus propósitos (Salmo 105:25); pero los pecadores siguen siendo responsables (Rom. 1:20). Puesto que Dios no creó el mal y, sin embargo, si creó todo lo que existe, no es posible que el mal tenga una existencia exclusiva de él. El mal es una ausencia o un desorden del bien. Podemos ilustrar esto através de la sal de mesa, un compuesto o mezcla fuertemente unidos de dos sustancias químicas: el Sodio y el Cloro. Cuando no están unidos, ambos elementos son altamente dañinos. El sodio se incendia al contacto con el agua, y el cloro es un veneno mortal. Como la sal en desorden, la creación perfecta de Dios es mortal cuando el pecado la saca de su equilibrio. Todo mal surge a través de las caídas de Satanás y de Adán. Por consiguiente, el mal natural se deriva del mal moral. En última instancia toda enfermedad procede del pecado; no siempre del pecado del que esta enfermo, aunque también es posible. La gran ironía es que tanto Dios como Satanás utilizan el lenguaje: el uno de manera creativa para sacar la realidad y el orden ex níhilo, y el otro de manera imitativa para hacer brotar el engaño y el desorden.

El mal depende del bien, y la obra de satanás, no es más que una imitación.

Puesto que Dios era capaz de detener el mal (por Ej., aislando el árbol), y con todo, no lo hizo, y puesto que sabría con certeza lo que sucedería, parece ser que permitió que apareciera el mal. De aquí se sigue que el Dios Santo vio un bien mayor en permitir el mal.

Damos a continuación algunas sugerencias sobre la naturaleza exacta de este bien:

  • Que la humanidad maduraría por medio del sufrimiento (Heb. 5: 7,9).
  • Que los humanos podrían así amar a Dios libre y verdaderamente, puesto que un amor así existe la posibilidad del odio y del pecado.
  • Que Dios se podría expresar así de maneras que habrían sido imposibles en circunstancias distintas (como con respecto a su odio por el mal, Rom 9:22, y su bondadoso amor por los pecadores, Ef. 2:7).

Algunas sugerencias sobre la esencia del pecado:

  1. La incredulidad
  2. El orgullo
  3. El egoísmo
  4. La rebelión
  5. La corrupción moral
  6. La lucha entre la carne y el espíritu
  7. La idolatría
  8. combinaciones de las anteriores

Pareciera preferible definir al pecado en función de Dios. Solo Él es uno, coherente y absoluto, y la oposición del pecado queda desplegada contra su santidad.

Quizá la mejor definición del pecado es la que tenemos en 1 Juan 3:4 “El pecado es infracción a la ley”.

También 1 Juan 5:17 “toda injusticia es pecado”.

No son los sentimientos ni la filosofía los que pueden definir el pecado, sino solo Dios en su ley, deseo y voluntad.

La idea del pecado como quebrantamiento de la ley se halla metida dentro del lenguaje mismo de las Escrituras. El grupo afín a la palabra jatta’t, el más importante en hebreo para expresar la idea de “pecado”, lleva en sí la idea básica de “no dar en el blanco” (jueces 20:16; Prov. 19:2).

El termino abar se refiere a cruzar unos límites, de manera que, en sentido metafórico, se refiere a una trasgresión (Num. 14:41; Deut. 17:2). Reshá puede significar mal o injusticia.

En griego es el término hamartía el relacionado a pecado, en el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento se refiere a pecados concretos y al pecado como fuerza. Anomía (del gr. Nómos, “ley”, unido al prefijo de negación a), “sin ley”, “ausencia de ley”, “iniquidad”, y los términos relacionada con ella, representan el lenguaje más fuerte del pecado.

Otro término para referirse a pecado es adikía, se puede traducir literalmente como “injusticia” y comprende desde la equivocación hasta las violaciones más notables de la ley. Parábasis, “violación”, “transgresión”, indican el quebrantamiento de las normas.

Las características del pecado.

Vemos el pecado como incredulidad o falta de fe en la caída, en el rechazo de la revelación general por parte de la humanidad y en los condenados a la muerte segunda. Está estrechamente relacionada con la desobediencia del pueblo de Israel en el desierto. El termino gr. apistía, “incredulidad” combina el prefijo de negación a con un derivado de la palabra pístis, “fe”, “confianza”, “fidelidad”. Todo aquello que no procede de la fe, es pecado.

La incredulidad es lo opuesto a la fe salvadora y tiene consecuencia en el castigo eterno.

El orgullo, es la exaltación a si mismo. Irónicamente, es a un tiempo el anhelo de ser como Dios, y el rechazo de Dios. A pesar de su terrible precio, carece de valor alguno delante de Dios y es odiado por Él. Engaña y conduce a la destrucción. Contribuyó a que la incredulidad de Capernaúm fuera peor que la depravación de Sodoma (Mt. 11:23; Lc. 10:15), y permanece como la antitesis de la humildad de Jesús (Mt. 11:29; 20:28). En el juicio final los orgullosos serán humillados, mientras que los humildes serán exaltados (Mt. 23: 1,12; 20:28).

El orgullo, el deseo insano, y el egocentrismo se hallan y motivan al pecado (1 Jn. 2:15,17). La epizymía (el “deseo”, Santiago 4:2) usada en mal sentido conduce al asesinato y guerra, y la pleonexía, una apasionada “avaricia” o “afán de tener más” es ella equivalente a la idolatría.

Todo pecado consciente es rebelión contra Dios, el heb. Peshá señala una “rebelión” premeditada y deliberada.

El pecado es producto del “padre de la mentira” (Jn. 8:44). Desde el principio ha engañado en cuanto a lo que prometido y ha incitado a los que engaña a cometer mayores prevaricaciones. Puede provocar un placer fuerte, pero temporal.

El lado objetivo de la mentira del pecado es la distorsión real del bien.

En general, el concepto bíblico del mal comprende tanto el pecado como sus consecuencias. El heb. rá tiene una amplia variedad de usos:

  • Los animales inadecuados para sacrificios (lev. 27:10)
  • Las dificultades de la vida (Gen. 47:9)
  • Las imaginaciones del corazón (Gen 6:5)
  • Los actos de maldad (Ex 23:2)
  • Las personas malvadas (Gen 38:7)
  • La retribución (Gen 31:29)
  • El justo castigo de Dios (Jer. 3.8:7)

Los pecados que son especialmente repugnantes para Dios son designados como detestables, o “abominaciones”.

La fuerza y la extensión del pecado.

Como se ha estado estudiando, hay una fuerza maligna personal y real que está operando en el universo contra Dios y contra los suyos. Esto sugiere lo altamente importante que son el exorcismo, la guerra espiritual y cosas similares, pero sin la atroz histeria que con mucha frecuencia acompaña a estos esfuerzos.

El pecado incluye actos aislados, como dentro de la naturaleza humana.

El Nuevo Testamento relaciona la naturaleza del pecado con la sárx, la carne. Aunque originalmente se refiera al cuerpo material, Pablo la hace equivalente a la naturaleza pecaminosa. El pecado y las pasiones brotan de la carne (Rom. 7:5; Gal. 5:17,21), nada bueno habita en ella (Rom. 7:18) y los pecadores empedernidos de la iglesia son entregados a Satanás para la destrucción de la carne, posiblemente una enfermedad que los haga arrepentirse.

El vocablo heb. leb o lebab, “corazón”, “mente” o “entendimiento”, indican la esencia de la persona. De ella brotan las malas intensiones y todas sus inclinaciones son malas.

El vocablo gr. kardía, “corazón” indica también la vida interior y el yo. De él salen tanto el bien, como el mal (Mt. 12:33,35; Lc. 6:43,45).

El pecado lucha contra el Espíritu. La naturaleza del pecado es totalmente contraria al Espíritu y se halla fuera del control de la persona (Gal. 5:17). Es muerte para el humano y una ofensa para Dios.

Con frecuencia el pecado comienza con la naturaleza pecaminosa como resultado de una tentación mundana o sobrenatural. Una de las características más insidiosas del pecado es que hace surgir más pecado. Como si se tratara de un tumos maligno, el pecado crece a partir de si mismo hasta llegar a proporciones mortales, tanto en extensión como en intensidad, a menos que se le elimine por medio de la purificación de la sangre de Cristo. Podemos ver la autoreproducción del pecado en la caída, en el descenso de Caín de los celos al homicidio y en la lujuria de David, que dio origen al adulterio, el asesinato y al sufrimiento por generaciones.

De manera similar los siete pecados capitales (orgullo, avaricia, lujuria, envidia, gula, ira, y pereza) han sido considerados, no sólo como los pecados radicales, sino también como una consecuencia descendente de los pecados.

El proceso en el cual un pecado se alimenta de otro, se lleva a cabo por varios mecanismos. Satanás el ambicioso autor de la maldad, es el archiantagonista en este drama malvado. Como gobernante de esta era presente, constantemente trata de engañar, tentar, sacudir y devorar.

El placer del pecado puede hacer que se refuerce a si mismo. Los pecadores seducen al pecado a otros; los pecadores motivan al pecado otros pecadores. Los humanos endurecen su corazón contra Dios y tratan de eludir la perturbación mental que causa el pecado. Por último, el endurecimiento del corazón por parte de Dios puede facilitar este proceso.

Nunca se debe confundir la tentación con el pecado. Jesús sufrió las tentaciones más grandes de todas, y no tuvo pecado. Además si la tentación fuera pecado, Dios no nos daría ayuda para soportarla.

Las Escrituras, nos hablan de la gran cantidad de pecados, tanto creyentes como no creyentes pueden caer en pecado, ambos al cometerlos quedan heridos y necesitan la gracia.

Se pueden cometer pecados contra Dios, contra los demás o uno mismo, o una combinación de lo anterior; pero al fin de cuentas todo pecado va contra Dios. Se puede confesar el pecado para que sea perdonado; si el pecado es perdonado, aún seguirá ejerciendo su influjo sobre la persona. La Biblia señala que una actitud puede ser tan pecaminosa como el acto. Por ejemplo la ira es tan pecaminosa como el asesinato; una mirada pecaminosa es tan pecado como el adulterio.

Una actitud de pecado le quita eficacia a la oración. El pecado puede ser activo o pasivo. Los pecados corporales de tipo sexual son muy graves para los cristianos, porque están haciendo mal uso del cuerpo del Señor en la persona del creyente, y por que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo.

Se puede pecar con ignorancia (Gen 20; Lev 5:17), sabiamente el salmista pide ayuda para poderlos discernir (Salmo 19:12).

Una persona comete pecado de debilidad debido a unos deseos divididos, generalmente después de una lucha contra la tentación (Mt. 26:36,46).

Los pecados presuntuosos son cometidos con una intención profundamente malvada, o con “la mano alzada” (num. 15:30). Los pecados de debilidad son menos afrentosos para Dios, que los pecados presuntuosos y la ausencia de una expiación por ellos en la ley mosaica.

La teología católica distingue entre pecados veniales (del latín venia, “favor”, “bondad”, “perdón”) y mortales. En los pecados veniales (como en los pecados por debilidad), la voluntad, aunque asiente o está de acuerdo con el acto del pecado, se niega a alterar su identidad piadosa fundamental. Los pecados veniales, pueden conducir a pecados mortales.

En cambio, los mortales comprenden una reorientación radical de la persona hacia una rebelión contra Dios, y una pérdida de la salvación, aunque sigue siendo posible obtener el perdón. El catolicismo cree que los pecados no son veniales en sí mismos, sino que los creyentes tienen una justicia que mitiga grandemente el efecto de los pecados menores, convirtiéndolos en veniales.

Jesús mismo enseñó que, más allá de todos los demás pecados, hay uno que no tiene perdón (Mt. 12:22,37; Mc. 3:20,30; Lc. 12:1,12). Ha habido mucho debate sobre la naturaleza de este “pecado imperdonable” o “blasfemia contra el Espíritu Santo”.

Este pecado tiene que ver con el Espíritu Santo, en cambio, la blasfemia contra Dios, o contra los otros miembros de la Trinidad es perdonable.

Entre estos pecados se incluyen los cometidos antes de conocer a Dios: La posesión demoníaca (Lc. 8:2,3), el crucificar al Señor, una impiedad de casi toda una vida, el blasfemar, y los cometidos después de conocerlo.

Además de estos el pecado imperdonable no incluye a los de negar al Dios de los milagros (Ex. 32), regresar a la idolatría a pesar de los grandes milagros, asesinar (2 Samuel 11-12), cometer inmoralidad grave (1 Cor. 5:1,5), negar a Jesús (Mt. 26: 69,75), ver los milagros de Jesús y con todo creer que esta “fuera de sus cabales” (Mc. 3:21), y volverse a la ley después de haber conocido la gracia (Gal. 2:11,21).

El pecado debe ser siempre de blasfemia, la calumnia más vil contra Dios. En la LXX, el vocablo blasfemia describe con frecuencia el acto de negar el poder y la gloria de Dios, lo cual coincide con la forma en que los líderes judíos le atribuían al diablo los milagros de Jesús. El pecado no puede ser una simple negación de testimonio con respecto a los milagros, puesto que Pedro negó a Cristo y Tomás dudó de Él después de haber visto muchos milagros, y ambos fueron perdonados.

Se define mejor el pecado imperdonable como el rechazo voluntario y definitivo de la obra especial del Espíritu Santo (Jn. 16:11,17) al dar testimonio directo al corazón con respecto a Jesús como Señor y Salvador, teniendo como consecuencia un rechazo total de fe. La blasfemia contra el Espíritu Santo, no es una indiscreción momentánea, sino una disposición definitiva de la voluntad, aunque las afirmaciones de Jesús sugieren que se pueden manifestar en un acto concreto.

Las Escrituras, enseñan que todos somos pecadores en algún sentido. Desde el Edén el pecado ha estado presente.

Las consecuencias del pecado.

Por su naturaleza misma, el pecado es destructor.

Este estudio debe tener en cuenta la culpa y el castigo. Hay varios tipos de culpa (heb. asham, Gen 26:10; gr. énojos, Sant. 2:10). Se puede distinguir la culpa personal o individual, de la culpa comunal de las sociedades. La culpa objetiva tiene que ver con una trasgresión real, ya sea que se de cuenta de ello el culpable o no. La culpa subjetiva tiene que ver con la sensación de la culpabilidad en una persona. Si la culpa subjetiva es sincera, puede conducir al arrepentimiento (Salmo 51; Hechos 2:40,47). También puede ser insincera, aunque con una apariencia externa de sinceridad, pero, o bien ignorando la realidad del pecado, o manifestando solamente un cambio externo y temporal, sin una reorientación interna perdurable y real. La culpabilidad subjetiva también puede tener un origen puramente sicológico, y causar una angustia verdadera, pero sin base en ningún pecado real (1 Jn. 3:19,20).

El castigo o pena es la consecuencia justa del pecado, infligida por una autoridad sobre los pecadores, y basada en la culpa. El castigo natural se refiere al mal natural (que procede de Dios indirectamente) que recae sobre la persona debido a sus actos pecaminosos (como la enfermedad venérea causada por el pecado sexual, y el deterioro físico y mental causado por el abuso de sustancias toxicas). El castigo positivo es algo infligido directamente por Dios de manera sobrenatural: el pecador cae muerto.

Las posibles razones de ser del castigo:

  1. La retribución o venganza solo le corresponde a Dios (Salmo 94:1).
  2. La expiación produce restauración en la persona culpable (en Cristo)
  3. El juicio hace que la persona culpable se sienta dispuesta a restituir lo que fue quitado o destruido, lo cual puede ser testimonio de la obra de Dios en una vida (Ex. 22:1; Lc. 19,8)
  4. La reparación influye en la persona culpable para que no peque en el futuro. Esto es una expresión del amor de Dios. (Salmo 94:12; Heb. 12:5,17).
  5. La disuasión utiliza el castigo de la persona culpable para convencer a otras a fin de que no actúen de manera parecida, lo cual se puede ver con frecuencia en las advertencias divinas (Salmo 95:8,11).

Las consecuencias del pecado son numerosas y complejas. Las podemos estudiar desde el punto de vista de las personas o cosas a las que afecta.

El pecado afecta a Dios. Sin que por eso queden comprometidas su justicia y su omnipotencia, las Escrituras dan testimonio de que Él odia el pecado, tiene paciencia con los pecadores, busca a la humanidad perdida, se siente afligido por el pecado, se lamenta por los perdidos y se ha sacrificado por la salvación de la humanidad.

Donde podemos ver los efectos más diversos del pecado es en criatura más compleja de Dios: la persona humana. Aunque parezca irónico, el pecado parecería tener sus beneficios. Hasta puede producir una felicidad transitoria (Salmo 10:1,11; Heb. 11:25,26). Engendra pensamientos transitorios en los que el mal parece bien; como consecuencia, las personas mienten y distorsionan la verdad (Gen 4:9; Mt. 7:3,5), negando la existencia del pecado personal (Lc. 11:39,52) e incluso a Dios (Rom. 1:20)

El pecado es futilidad. La voz heb. ‘avén (daño, problema, engaño, nada) resume la idea de la esterilidad del pecado. Es el conjunto de problemas de aquel que cosecha la siembra de la iniquidad (Prov. 22; 8) y es la inutilidad presente de la herencia antiguamente grandiosa de Betel (en sentido derogatorio, Bet ‘Avén, “casa de nada”). Hebel (“nada”, “vacío”) es la vanidad o insignificancia que aparece una y otras vez en Eclesiastés, y la del frío consuelo de los ídolos (Zac.10:2).

El pecado envuelve al pecador en una exigente dependencia (Jn. 8:34; Rom 6:12,23), convirtiéndose en una malvada ley interna. Desde Adán hasta el anticristo, el pecado se caracteriza por la rebelión. Esto puede tomar la forma de poner a Dios a prueba (1 Cor. 10:9), o de manifestarse hostil contra Él (Rom 8:7). El pecado produce la separación de Dios. Esto no solo puede provocar la ira de Dios, sino, su silencio.

La muerte tuvo su origen en el pecado y es la consecuencia final de este. La muerte física es un castigo por el pecado.

Sin embargo para los creyentes, se convierte en una restauración gracias a la sangre de Cristo, por que Dios ha triunfado sobre la muerte.

Los que no son salvos, viven espiritualmente muertos (Jn. 6:50,53). Esta muerte espiritual es la expresión máxima de la alineación del alma con respecto a Dios. Incluso los creyentes que pecan experimentan una separación parcial de Dios (Salmo 66:18), pero Él siempre está dispuesto a perdonar (Salmo 32:1,6; 1 Jn. 1:8,9).

La única forma de enfrentarse al pecado, es amar primero a Dios y convertirse luego en un canal de su amor para los demás, por medio de la gracia divina. Solo Dios es amor (1 Jn. 4:8).

El conocimiento del pecado debería engendrar santidad en la vida de la persona, y una insistencia de la santidad dentro de la predicación y la enseñanza de la Iglesia.

La iglesia debe afirmar su identidad como comunidad de pecadores salvados por Dios, ministrando en confesión, perdón, y santidad. La humildad debería caracterizar todas las relaciones cristianas, al darse cuenta los creyentes, no solo de la vida y el destino terrible de lo que ha sido pagado por esa salvación. Puesto que cada persona ha sido salva de la misma naturaleza pecadora, no hay cualidades, ministerio ni autoridad alguna que pueda apoyar la elevación de uno por encima de otro.

La extensión universal y la profundidad sobrenatural del pecado deben hacer que la Iglesia reaccione al imperativo de la Gran Comisión (Mt. 28, 18,20) con una entrega que abarque a todos sus miembros, y con el milagroso poder del Espíritu Santo.

La comprensión de la naturaleza del pecado debería renovar nuestra sensibilidad ante los temas ambientales, recuperando así el mandato original de cuidar del mundo de Dios de manos de quienes preferirían adorar a la creación, en lugar de adorar a su Creador.

La Iglesia debería ser la gran defensora en los temas de justicia social y de necesidades humanas, como testimonio de la veracidad del amor, contra la mentira del pecado. Sin embargo, tal testimonio deberá señalar siempre hacia el Dios de justicia y amor que envió a su Hijo a morir por nosotros.

Solo la salvación, no la legislación, ni un evangelio social que pase por alto la cruz, ni mucho menos la acción violenta o militar, puede curar el problema y sus síntomas.

Por último debemos vivir en la esperanza cierta de un futuro más allá del pecado y de la muerte (Apoc. 21-22). Entonces, purificados y regenerados, los creyentes verán el rostro de Aquél que ya no recuerda su pecado (Jeremías 31:34; Heb. 10:17).


Jorge Madrigal Q.

911 Salvación,

Rescatando almas para Cristo.

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